jueves, 11 de septiembre de 2014

¿Te acuerdas?


París,
 un trocito de amor 
 y nosotros dos. 
Quinientos puentes que aguardaban un beso de los nuestros 
y el fulgor de trescientas estrellas encajonado en tu seno - y en el mío -. 
 Al fondo, la torre Eiffel y tras ella mil cartas de papel. 

¿Te acuerdas?

Amor,
cariño,
vida,
sol,
hermosura,
belleza,
princesa,

¡Qué tiempos aquellos! 
Aquellos en los que eras mi musa de principio a fin
y de verso a universo
y que te rendías de sueño tras el último verso
ese que siempre -quieras o no - acaba con un beso.
Pero lo mejor es que todo eso ocurrió en París
en ese entresijo de calles que huelen a nuevo pero saben a antiguo.
Y creímos que ese era el mejor momento para juramos amor eterno 
y así lo hicimos bajo la sombra de esa torre metalizada
mientras la naturaleza clavaba su retina en nuestros corazones y gritaba: amor con amor.
Y ni tú ni yo entendimos esa afirmación ni si era el cariño el que nos vencía
o si éramos nosotros mismos enzarzados en un egocentrismo amoroso.
E inocentes perdidos nos dimos tantos besos como minutos transcurrieron
y desgastamos ese nombre
y nuestros nombres
y entonces bajábamos a dar alimento a los patos del río
y estos empezaban a aletear y a despedir sonidos estridentes
- sonidos de amor -
y nos reíamos y nos mirábamos
y nuestros corazones se tornaban uno
y nuestros sentimientos desaparecían en silencio. 
Y caía la noche y salíamos a cenar 
y a beber vinos de qualité y crêpes tremendamente empalagosas,
 como tú y yo.
Y yo diría que nos quisimos
y bastante
y que nos lo dimos prácticamente todo - o todo -
y es que por nadie más volvería a ofrecer mi corazón.

Pero como todo,
 nuestra historia se acabó 
y las cenizas encerraron su encanto
y nos fuimos
y desaparecimos
y nos liberamos de París y de su mundo
y de nuestro mundo 
y perdí parte de mi esencia
-aquella que me hiciste nacer- 
pero hoy estoy feliz.

Feliz porque sé que sigues viva,
feliz porque siempre serás parte de mi vida. 





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