lunes, 22 de septiembre de 2014

Las aspiraciones son unas #rompecorazones


Suele ocurrir. Las aspiraciones temen al galope de nuestro corazón. Huyen de él como si no hubiera un mañana o como si las vías de ese tren por el que se deslizan, ese tren denominado vida, quebrantaran su forma y su contenido, y transformaran el férreo de sus raíces en trocitos de nubes de algodón.  Las esperanzas, tan amadas y cobijadas por nuestros pechos, son el mero prototipo de persona cobarde. Y es que la labor que desempeñan es tan cierta como incierta, tan sana como dañina, tan clara como turbia y tan ciega como indigesta -así de amables y así de admirables- . Pero no por ello debemos expulsarlas hacia otros lares. El sabor de su amargura es el mejor antídoto para poder sobrevivir esta carrera de obstáculos. 

Quisiera saber qué cantidad de corazones han despedazado tras su paso o detalles más nimios como quien ama la insipidez de su ligereza o quien detesta el ardor de su crudeza. Del mismo modo, también quisiera conocer cuantas heridas han abierto en todos nosotros y especialmente en ti. Hubo un día en el que las amé tanto que lo di todo por ellas. Desgasté todos mis esfuerzos e incluso prodigué las pocas lágrimas que guarecían mis ojos, en aquel entonces bien pequeños, por hacerlas realidad.  Sin embargo, otro día, uno cualquiera y engalanado de sábado, andaba yo tan cansado que, sin hacer ni querer, como por arte de magia, al abrir la nevera, la jarra de agua helada se precipitó hacia el vacío y se estrelló ante mis pies. Fue en ese momento cuando me di cuenta que las estrellas son astros hirvientes de calor y no puntitos fríos y blancos como copos de nieve en una pizarra completamente negra. Fue en ese momento, mientras los cristales descosían la finura de mis venas  y provocaban una ardiente charca de sangre, cuando comprobé que las aspiraciones son igual de cobardes que la pedantería y la altanería de quien no osa a ser honrado ni consigo mismo ni con los demás. Y ya lo dice la frescura del instante: más vale prevenir que curar.

Así pues, esta noche, cuando los párpados de tus ojos apaguen la velocidad de su característico parpadeo, permítele a tus manos, venas, pies, cadera, brazos, piernas, boca y orejas que abran todos sus poros de amabilidad y expongan, con plena dulzura, todas sus purezas a la dama de la noche. Porque esta es la única manera capaz de enfocar perdones y de encararse a este cosmos de vivísimas y fugaces aspiraciones. Primero, entiéndete a ti mismo y después sacia al depredador de tu instinto o al terror de tu materialismo. 


2 comentarios:

  1. Me quedo con: «El sabor de su amargura es el mejor antídoto para poder sobrevivir esta carrera de obstáculos». Las aspiraciones van unidas a tantas otras cosas, tantas buenas y tantas malas. Creo que, particularmente, no sabría vivir sin todo eso.

    Un par de sonrisas, :).

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