lunes, 30 de enero de 2012

I. Crisis

Cada vez que oigo la palabra crisis, mi cuerpo se debilita. Es una sensación extraña. Un torbellino de malos sentimientos que se enreda en mi garganta. Antes, lo soportaba; hoy, ya no aguanto más. Parece que el pánico está destripando el sentimiento de bonanza que existía en los corazones de la sociedad. En el tuyo, en el mío. Y no es para menos.

Desde hace varios meses  la palabra crisis resuena con firmeza en nuestros oídos. Crisis, crisis y crisis. Un nombre que, aunque esté de moda, es como una mala hierba, pues brota en un lugar donde no interesa que crezca. En nuestro caso, en la sociedad.

Los agricultores bien saben que las malas hierbas deben ser eliminadas drásticamente. No puede quedar ni una, ni un mísero tallo de mala hierba. Ni cardo vulgar, ni cardo cundidor. Ambos deben ser decapitados por una azada, por invadir el cultivo ilegítimamente, sin permisos y sin estupor.

Esta premisa debería ser tomada por la propia sociedad. Tragarla como si de un ibuprofeno se tratase y dejarla reaccionar en el estómago. Es cierto que estamos en crisis. Pero, si no se busca una solución, no hay salida. Y, la linterna para iluminar la gruta y poder salir del túnel está en continuar consumiendo. El pánico no puede ser nuestro guía, sino que debemos ser nosotros. Hay crisis, pero ello no significa que debamos dejar de consumir. Si seguimos comprando, el mercado continuará funcionando; si dejamos de hacerlo, caeremos en picado, y esta vez, sin paracaídas.








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