sábado, 25 de octubre de 2014

Café, libros y ella



Tras seis meses, ayer volví al mismo bar en el que nos conocimos por primera vez y afortunadamente, ¡bendita sea la luna!, ella seguía allí, sentada en la última mesa del local, con la mente enfrascada en una nueva historia, la cual probablemente acababa de comenzar. Cada vez que coincidíamos parecía haberse comprado un libro nuevo y al despedirse de Mar, la dueña del local, siempre deslizaba, como si no fuera con su lengua o con su propia intención, que ese último libro que acababa de comprar era un básico para todo aquél que amara la literatura. Su paso por la cafetería era tan monótono como simple: llegaba, pedía un café con leche, se sentaba en la última mesa de local y sacaba su nueva adquisición. Tras sorber a golpe de cucharadita el café, acariciaba la portada del libro y empezaba su ritual sagrado: devorar ese castillo de palabras. Así sucedía cada vez que la suela de sus zapatillas hollaba la primera baldosa del local. Pareciera una escena de lo más usual, pero no lo era. Contemplar el efecto seductor de las palabras en una mujer como ella era como adentrarse en un jardín prohibido, en el que romántico-romántica estrechan sus cuerpos con todas su fuerzas para escapar de la saeta de lo "permitido". Y es que digan lo que digan siempre hay momentos para embriagarse de la belleza de lo clandestino y, en este caso, lo clandestino no es su libro ni su melena sino ella y todos los besos que nos dimos mientras leíamos a medias todos esos libros y poemas.

Y mañana, ¿volveremos a comer(nos) mañana?

1 comentario:

  1. Me encantan estos pequeños relatos, espero que algún día se conviertan en novelas. Un beso

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