miércoles, 1 de febrero de 2012

III. Melodía de lluvia

 Los días de lluvia son peculiares. Las calles huelen a tormenta, los niños se alborotan y la señora lluvia, recién duchada, escurre su cabellera empapada. Diríase que, a primera vista, el concepto de ''lluvia'' es hermano del vocablo ''tristeza''.  Todo se torna gris. La vista se nubla y nuestro espíritu parece trastornarse, encogido por la frialdad de la atmósfera.

Apenas se oyen risas o jarana alegre. Sólo suena la ''melodía de un día de lluvia'': Una pieza musical de la naturaleza,  cuyo origen se remonta a ves a saber cuando. Se trata de un género excepcional, pues según los expertos, esta melodía no siempre suena igual. Depende del año y del mes en el que nos encontremos, así como de los progresos tecnológicos y sobretodo del estado de humor de la naturaleza. Así, si ésta está enfadada, los graves imperarán y ya te puedes preparar. En este caso, encontraríamos que la partitura está en clave de fa. Por el contrario, si los visillos del sol se dejan entrever tímidamente, es que la clave de sol es la regidora.

En Barcelona, desde hace años, esta  sinfonía casi siempre suena igual, al menos para mí. Violines, violonchelos, pianos, arpas, tambores, saxofones y trompetas acatan sin rechistar las órdenes que dicta el pentagrama. La lluvia, el viento, los charcos, los relámpagos, los truenos y los humanos son los músicos. No obstante, estos últimos merecen párrafo aparte.

Charco por aquí, charco por allá. Salto por aquí, salto por allá. No se meta en mi camino, tengo preferencia. Su paraguas me molesta. El portal es mío, aquí no cabe usted. Estos son los pensamientos que regentan nuestro subconsciente en dichas circunstancias. Nos obcecamos con trazar un itinerario y pobre de aquél que se interponga en nuestro camino.

En realidad, aunque no nos demos cuenta, los verdaderos protagonistas de los días de lluvia no somos nosotros, ni la lluvia, sino que son los pórticos y los portales. Es un fenómeno curioso, ver como nuestra mente se acobarda y se empeña en que vayamos por debajo de las estructuras arquitéctonicas. Incluso, aunque dispongamos de un paraguas bajo el cual puedan guarecerse cinco personas, continuaremos paseando bajo los pórticos y los arcos que se presenten ante nuestra ruta.


Y es que los días de lluvia son especiales no solo por esto, sino también por su postrado comercio y sus solitarios rincones.  Ojalá existieran las varitas mágicas para poder alegrar un poco este panorama. Quizás, debería haber parado a la chica de la bufanda de Gryffindor y haberle suplicado que hiciera algún hechizo. Estoy seguro que se había escapado de Hogwarts. Su cara, sus gestos y su alborotado pelo me lo han confirmado.




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