jueves, 9 de febrero de 2012

VII. Niños

 Un tímido niño instala una serie vaqueros playmobil sobre un banco del parque. Los coloca todos en fila, bien dispuestos y rígidos. Todo apunta a que la guerra se acerca. A su lado, una niña de la misma edad mece entre sus pequeños brazos una linda muñeca. Ellos juegan y nosotros contemplamos al jefe teniente de los vaqueros y a la mamá enamorada de su bebé.

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La mente de los niños es todo un mundo. Un mundo colmado de espadas, barcos, princesas y castillos, donde la realidad parece estar nublada y el realismo parece ignorar su existencia salvo en el hecho de que existen. Así, a pesar de todo, los niños están presentes en su entorno, viven, comen, van al baño y abrazan a sus madres. Sin embargo, su mente está ausente, dispersa como azúcar en agua.

 Todo es singular. Las preocupaciones no tienen pasaporte para poder entrar, ni tampoco los adultos, quienes también tienen prohibidísimo el acceso, y no porque ellos no quieran, sino porque la imaginación les veta el paso. Se acabó su tiempo de disfrute, así que no ya no pueden volver. Serán cosas de la edad, pues a medida que crecemos, la fantasía se distancia más de nuestros corazones, se divorcia, huye.

Ellos sueñan, ríen y crecen jugando, mientras que nosotros nos damos cuenta de que todo tiempo pasado fue siempre mejor. Anhelamos esta sensación de tranquilidad, de estar gobernados por una presidenta tan especial como es la fantasía. Contemplamos como estas criaturas casan su tiempo construyendo su mundo. Como su  mente edifica enormes torreones cargados de historias, aventuras y romances. Nada importa, solo que los personajes soñados cobren vida.

Y es que ser niño es ser especial, pues no das crédito a la vida real, solo a las nubes de ensueño que circunvalan el presente. La magia conversa con su historia como hizo con nosotros años atrás.

Nosotros ya lo vivimos, ahora les toca a ellos.






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